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El hombre que se volvió demonio

  • Belem Molina
  • 21 jun 2015
  • 4 Min. de lectura

Anoche no soñó. Despertó, comprendió que estaba en el infierno y ellos eran los demonios.

La resplandeciente luna llena, iluminó cada centímetro de su espacio y su ser, las sombras se propagaban en cada uno de los pasos que dió, uno, dos – era la marcha- uno, dos va de nuevo, pronto aquel hombre delgado y somnoliento subió aquella loma, la oscuridad no lo dejaba ver el sendero de su camino, los ruidos sigilosos llegaron a sus oídos repentinamente se detuvo y trato de tocar entre las ramas lo que poco a poco parecía un misterio y que se convertiría en su delirio.

Los ruidos se expandieron, convirtiéndose en un centenar de luciérnagas que se albergaron a su alrededor, como un acto de magia aquellas criaturas danzaron y danzaron sólo para él en una atmosfera llena de multicolor donde el tono neón salió a relucir aquella noche.

Para la desgracia de aquel hombre, alguien ya lo había vigilado a lo lejos, la captura sería el acto seguido de su condena, aquellos hombres gigantes que ya espiaban con exasperación y regocijo corrieron al ataque de su víctima, aquellos vigilantes se desplazaron como una manada de bestias enfurecidas al ver entrar al enemigo en sus territorios. Sin medida o limites tomaron aquel hombre jaloneándolo de un lado a otro, después los severos golpes con las rocas sobre su cráneo se hicieron evidentes.

La luna, la noche y el sereno seguían ahí pero las luciérnagas se marcharon. En un grito de dolor y sufrimiento que acompañaban aquel hombre, aquellas criaturas habían volado libremente para huir. El hombre mientras era destruido entre un tumulto de hombres despiadados que no dejaban de patalear y escupir sobre su cuerpo; se quedó ahí dentro de sí mismo sumergiéndose en un sueño que más bien era parte de su desmayo.

Soñó una ciudad donde no tuviera que trabajar de sol a sol más de doce horas, donde pudiera ser valorado y remunerado con unas cuantas monedas, para que pudiera comprar y posteriormente deleitarse un platillo con unas cantidades mínimas pero significativas de onzas de arroz, algunos panecillos de trigo, frutos rojos pero esencialmente comprar agua.

En esa ciudad él se reflejó como el hombre que portaba ropa decente y sin malos olores sobre su cuerpo. En sus trances figurativos o irreales se encontró con ese lugar que no era maravilloso o no se tornaba como un paraíso, pero al menos respetaba un poco el término de lo que se puede llamar dignidad.

También en ese lugar, aquel hombre idealizó un gran jardín con lirios frescos, donde él pudiera cortar una de esas flores y ofrecerla al ser amado, teniendo derecho a recibir un roce en los labios que signifique aprecio hacia su ser o en todo caso un gesto de gratitud. En su sueño él pudo salir a mirar el sol, mojarse con la lluvia, observar las estrellas y gritar… gritar a los cuatro vientos que era un hombre totalmente libre.

Pero aunque pareciera hermoso ese sueño, se vió permeado con el fin de esa utopía y estos sueños poco a poco se convirtieron en añicos a medida que el hombre volvía a reaccionar ante la violenta paliza otorgada. De pronto comenzó abrir cautelosamente sus párpados, pero algo en él había cambiado puesto que despertó y había retornado a esa realidad hostil.

El semblante de aquel hombre no era el mismo, su rostro tornó hacía una especie de saciedad de venganza, como si alguien, hubiera devorado desde sus entrañas el sentido de permanecer encerrado y vivir como víctima.

Sin duda esa misma noche, ensangrentado, adolorido y con poca ventaja de sobrevivencia, sacó desde el fondo de su ser, una fuerza imparable que le dió garra para levantarse, tomó una de las mismas piedras con las que fue golpeado y tiró con una fuerza inequívoca hacia uno de sus agresores, la roca giraba por los tranquilos aires de esa oscuridad llana, volando entre el ágil viento llego a la nuca del vigilante y cayó como ave sumisa entre la gravedad del golpe…

Fue en ese preciso instante, cuando aquel hombre se decidió a asesinar a cada uno de los vigilantes que tuviera cerca de él, con el objetivo de cobrar y recordar el dolor y la bazofia en que se había convertido la vida del hombre. Es así como aquel joven decide vengarse de modalidades distintas pero que le causaban placer, a veces volvió a emplear las pedradas, otras veces fue por envenenamiento con estiércol o con excremento de ratones que cuidadosamente ponía en los platillos de los vigilantes y la más significativa fue cuando robo un fusíl y así destruir los sesos a un sargento.

Dentro de su visión ahora él ya luchaba con su vida endemoniada, era una cuestión que ya estaba atado a él, pero en el fondo tenía esa convicción de sólo hacer justicia y no convertirse en el verdugo. La sangre que veía o escurría por su rostro al realizar estos actos manifestaba unas llagas en su esencia, rojo como ese infierno del cual ya no podía salir porque adentro ya se estaba consumiendo y quemando con ese veneno llamado maldad y venganza.

Fue ese momento cuando aquel hombre comprendió su realidad, él ya no era parte de los hombres sino de ese clan diabólico que lastima y quema las venas del alma , reflexionó unos momentos y recordó que alguna vez, él fue la victima pero justo en ese caos o encierro rodeado de violencia, dolor y muerte se gestó su otro yo, de la maldad, se dió cuenta en ese instante que él podría ser el satanás viviente y puede que esa idea no le gustara pero no había marcha atrás él ya estaba en el infierno acompañado de sus demonios.

 
 
 

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