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La Danza: No lo visto, sino lo bailado

  • Thalia Fierro
  • 2 jul 2015
  • 4 Min. de lectura

Seguramente todos nosotros hemos sido alguna vez espectadores de una puesta en escena dancística y hemos experimentado sensaciones de admiración y gusto por lo bello de la obra o por la perfección en la ejecución y, probablemente, a algunos cuantos nos ha despertado esa inquietud de mover el cuerpo ahí mismo, desde nuestro lugar como público, podemos incluso llegar a imaginar las horas de ensayo por las que pasaron todos aquellos que bailan, pero, ¿alguna vez nos hemos preguntado qué pasa en la mente de una bailarina o bailarín, o por todo lo que ha pasado para conseguir llegar al escenario? Para brindar una perspectiva distinta de la danza, Mariano Chaho quien ha sido bailarín desde hace poco más de 20 años y que actualmente es profesor de danza nos habla de sus vivencias y experiencias, brindando además un plus por su formación como Psicólogo.

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Fuente: www.taringa.net

La actividad en la danza se inicia desde muy pequeño, como en el caso de Mariano quien inició su formación como bailarín en casas de cultura y talleres extraescolares, desarrollando paulatinamente el gusto por la danza y construyendo así su perfil profesional, trayectoria que actualmente le permite impartir clases de danza contemporánea, jazz, ritmos latinos, baile de salón, tango, entre otras cosas.

Mariano comenta que los bailarines expresan todo con su cuerpo, lo que hace que la danza sea -de cierta manera- distinta a otras artes, pues la única herramienta en la danza es el cuerpo y eso hace que quien baile se apropie de la pieza musical, a pesar de que exista una coreografía o un papel específico que interpretar, es el bailarín quien impregna el sentido final a la pieza.

Es precisamente la corporeidad en la danza lo que hace que tanto bailarinas como bailarines estén sumergidos en una presión impresionante y constante en el círculo en el que se desenvuelven, pues en primera instancia deben cumplir con el ideal estético de la perfección del cuerpo sea femenino o masculino, lo que conlleva muchas veces a la limitación por ejemplo en la alimentación o en el cuidado del peso, pues hay escuelas de danza que estipulan en su contrato que si subes de peso no puedes continuar ahí, cosa que a algunos compañeros y compañeras incluso los ha llevado a caer en desórdenes alimenticios, o mucho peor, problemas de reconocimiento de sí mismos y de agentes externos como amigos o familiares que exigen y presionan a los bailarines a cumplir con el estándar físico establecido como ideal, entonces se deriva en la modificación del cuerpo mediante dietas y ejercicio, ya no para la satisfacción de sí mismos, sino para la satisfacción de terceros.

Por otro lado, cuando hay lesiones de por medio, desde la más pequeña como un esguince hasta fisuras en los huesos o la espalda que anulan temporalmente el movimiento, como bailarín se te acaba el mundo, pues con cada lesión llega el pensamiento de que probablemente ya no podrás volver a bailar, además conlleva a la depresión, porque uno está acostumbrado a sentir su cuerpo tan sano que cualquier fisura representa lo indeseable. Igualmente el hecho de tener que detenerse incluso días antes de una evento es fatal, por todo el trabajo que ya hay de por medio.

Otro de los mayores temores para quienes bailan profesionalmente es el inevitable paso del tiempo, envejecer. Porque el metabolismo cambia, se vuelve más lento, la recuperación o rehabilitación de alguna lesión es más larga; de hecho, un bailarín ya es considerado veterano cuando tiene alrededor de 25 años.

Los bailarines nos enfrentamos a retos constantes, pues no sólo buscamos la perfección en el movimiento, sino la perfección del cuerpo, incluso si ello significa modificar la alimentación, tu cuerpo, tu percepción de la realidad, tu tiempo, tus vínculos sociales, y hasta el reconocimiento de tu trabajo por parte de los demás. Pero en México hay todavía más que agregar a este costal de retos, que es ya de por sí muy grande, desafortunadamente comenta Mariano hay que agregar la cuestión económico-social, porque el arte en sí es caro, el arte es para quien lo puede pagar y a fin de cuentas todo está atravesado por el mercado. Hay una línea muy delgada entre lo que es arte y entretenimiento, y esto último es lo que busca el mercado, la propuesta social radicaría en la inclusión, en la apertura de espacios, en el fomento cultural y en el apoyo económico, pues puede haber por ejemplo grandes escritores que escriban cosas maravillosas, pero que no cuentan con el capital para publicar, para su difusión, etcétera. Lo mismo ocurre con los bailarines, porque el mundo de la danza es caro “el vestuario, el transporte, las clases, los cuidados alimenticios y físicos, en fin, ser bailarín es caro y ser profesor de danza es mal pagado y si a esto aunamos el recorte de becas a los bailarines que se está dando en el actual periodo presidencial, los mexicanos no tenemos un panorama favorecedor en general y menos en lo artístico o lo cultural”, concluyó Mariano Chaho.

Es de esta manera en la que Mariano Chaho nos permite tener un acercamiento a la danza a partir de la mirada de un bailarín profesional, que ha vivido básicamente toda su vida en un ambiente donde convergen lo bello y lo artístico con los retos físicos, psicológicos y sociales que quizá como espectadores muchas veces no tomamos en cuenta.

 
 
 

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